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(Off-topic) Poemas de amor

Greg se volvió hacia mí y yo no me resistí cuando se inclinó para besarme, con firmeza y determinación. Llevé mis manos a su cuello y me aflojé mientras él me besaba, tratando de no escuchar la voz que por dentro me decía «basta, no sigas». Después del beso, permanecimos un rato como enganchados en un abrazo bastante curioso: como si Campanilla y Hulk Hogan fueran a bailar un vals. Perdona, yo... tartamudeó, dando un paso atrás. No he querido apresurar las cosas.

No, no te disculpes

Y puse la punta del dedo en sus labios suaves y carnosos. Lo besó con dulzura, luego envolvió con sus manos las mías. —Debes de estar helándote —dijo—, regresemos. El viento me entraba por el jersey y mis pies, me dije, no estaban fríos sino entumecidos. Nos dirigimos al sendero y una vez allí me puse los zapatos, indiferente a la arena que llevaba en los pies. Subir fue menos difícil de lo que creía, incluso con los tacones. Tres minutos después ya habíamos llegado al parking y estábamos dentro del coche. —Gracias por esta noche —dijo Greg al aparcar su coche en la entrada para vehículos de la casa de Bee. Apoyó su cabeza en la curva de mi cuello y me besó en la clavícula de tal manera que sentí que me mareaba. Era feliz, sentada en aquel viejo Mercedes con olor a humedad, delante de la casa de Bee. El viento se filtraba por las rendijas de las ventanillas silbando débilmente, con una melancolía solitaria. Algo faltaba. Lo sentía en mi corazón, pero no deseaba enfrentarlo. Todavía no. Apreté su mano.

Me alegro de que nos hayamos permitido esto

Lo había dicho con sinceridad. Era muy tarde; Bee ya se había acostado. Colgué mi jersey y miré mis manos vacías. «Mi bolso. Mi bolso. ¿Dónde está mi bolso?» Repasé mentalmente los lugares donde había estado. El coche de Greg, la roca, el restaurante. Sí, el restaurante, debió de quedar debajo de la mesa, donde lo había dejado. Miré por la ventana. El coche de Greg se había marchado hacía rato. Entonces, cogí las llaves de Bee que estaban colgadas en la cocina. Detestaba separarme de mi teléfono móvil. «No le va a importar que yo me lleve su coche», pensé. Si conducía deprisa, podía llegar al restaurante antes de la hora de cierre. El Volkswagen respondía igual que antes, en la época del instituto, cuando yo lo conducía. Escupía y se ahogaba a cada cambio de marcha, pero logré llegar indemne al restaurante. Justo cuando abrí las puertas y entré, salía una pareja mayor. «Qué monos», pensé. El brazo derecho del hombre rodeaba la frágil cintura de la mujer, sujetándola con firmeza cada vez que ella daba un paso. El brillo del amor iluminaba los ojos de ambos.

Fuente: vivir en noruega

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