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BainBridge, donde todo terminó

Puso su tarjeta de crédito sobre el platillo antes de que yo pudiera empezar a protestar. Me sentía culpable. Si bien era cierto que yo no había publicado un libro en años, sabía que probablemente era más rica que él. Pero no importaba. Eso no tenía la menor importancia en la isla Bainbridge. Allí yo era simplemente Emmy, la sobrina de Bee. Y prefería esa imagen a la de la ex famosa escritora divorciada a la pesca de un tema para su próximo libro. Deslicé mi bolso debajo de la mesa y Greg firmó orgulloso el recibo de la tarjeta. Recorrimos algo menos de un kilómetros hasta un paraje que parecía un parque. Greg detuvo el coche. —¿Has traído abrigo? —me preguntó. Negué con la cabeza.


Solo este jersey

Ten —me alcanzó una chaqueta de lana azul marino—, la vas a necesitar. De no haber sido por que me encontraba en la isla y con él me habría sentido rara, incómoda, con aquella chaqueta y mis tacones altos. Lo seguí por un sendero pedregoso, cuya pendiente era tan abrupta que me cogí de su mano para mantenerme en equilibrio, y cuando lo hice, él me tomó por la cintura con su otro brazo para sujetarme mejor. Estaba oscuro, pero, cuando estábamos por alcanzar la orilla, vi el resplandor de la luna sobre el agua y oí el murmullo de las olas, que rompían suavemente, como si no quisieran despertar a ninguna de las almas durmientes de la isla. Cuando llegamos a la playa, mis tacones se hundieron en la arena.

¿Por qué no te los quitas?

Me los quité y los limpié un poco. Greg los cogió y los metió uno en cada bolsillo de su chaqueta. —Por aquí —dijo, señalando un objeto lejano envuelto en la oscuridad. Anduvimos unos metros más. Los dedos de mis pies se hundían un poco más en la arena. A pesar de los escasos siete grados de temperatura, me encantaba sentir los granitos de arena entre mis dedos. —Es aquí —dijo. Era una roca —una roca grande y redonda— del tamaño de una casita, plantada en medio de la playa. Lo que más me sorprendió no fue su tamaño sino su forma. Aquella roca tenía la forma perfecta de un corazón. —¡Vaya, este debe de ser el sitio de donde traes a todas las chicas con las que sales! —dije con sarcasmo.

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