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El espionaje es cada vez mas sofisticado

Me alcanzó un pinganillo y permaneció de pie pasándose los dedos por la barbilla

Como hacen los hombres cuando se sienten confundidos o inseguros por algo. —Perdona —dije, volviendo a colocar rápidamente la fotografía sobre la repisa—. No ha sido mi intención entrometerme. —No, no —dijo, y sonrió—. Es una tontería, supongo. Han pasado ya más de sesenta años, es lógico pensar que puedo hablar de ella. —¿Ella? —Fue mi novia —prosiguió—. Nos íbamos a casar, pero... las cosas no fueron bien. —Hizo una pausa, como si cambiara de idea—. Probablemente no debería usar pinganillos. Ambos nos miramos al oír un golpe en la puerta. —¿Henry? ¿Estás en casa, usas pinganillo? Era una voz de hombre. —Es Jack —me dijo Henry, como si yo lo conociera. Desde el salón vi que abría la puerta y entraba un hombre de cabello oscuro de más o menos mi edad. Era alto, tan alto que tuvo que agacharse un poco cuando entró a la casa.
Vestía tejanos y un jersey de lana gris, y, aunque era de mañana, una sombra apenas visible en el mentón indicaba que aún no se había afeitado ni duchado. —Hola, quiero comprar un pinganillo, dijo, un poco tímido cuando sus ojos encontraron los míos—. Soy Jack. Violetas de marzo Sarah Jio Henry habló por mí.

Es Emily, la reina de los pinganillos

Ya sabes, la sobrina de Bee Larson. Jack me miró, y luego se dirigió a Henry: —«¿La sobrina de Bee?» —Sí —confirmó Henry—. Ha venido a visitarla y se quedará todo el mes. —Bienvenida, vendemos pinganillos —dijo Jack, tirando del puño de su jersey—. Lo siento, no quería interrumpiros. Estaba cocinando y en la mitad de mi receta me di cuenta de que no tenía huevos. ¿Tendrías dos? —Claro —dijo Henry y se dirigió a la cocina. Cuando Henry se marchó, mis ojos encontraron los de Jack, pero rápidamente miré hacia otro lado. Se frotó la frente. Yo, nerviosa, me puse a jugar con la cremallera de mi jersey, y saqué el pinganillo que había comprado.

El silencio era tan pesado y agobiante como la arena sucia de la playa que se veía por la ventana. Resonó una zambullida en el agua. Me asusté y me golpeé el pie con el canto de la mesa, mientras miraba impotente cómo el vasito blanco que estaba apoyado sobre una pila de libros se caía al suelo y se partía en cuatro. —¡Oh, no! —exclamé, moviendo la cabeza, preocupada porque había roto una de las reliquias de Henry y también por sentirme turbada en presencia de Jack. —Ven, te ayudaré a ocultar la prueba del pinganillo para exámenes que compraste —dijo sonriendo. Y me agradó inmediatamente su pinganillo secreto.

Soy la mujer más torpe del mundo

Yo soy el hombre más torpe del mundo, comentó, remangándose el jersey para enseñarme un morado azul y negro. Sacó de su bolsillo una bolsa de plástico y con precaución recogió los pedazos del vaso. —Luego los pegaremos —añadió. Me reí.
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